LAS EDITORIALES ESPAÑOLAS TRADICIONALES
Tras la llegada de las editoriales de autoedición, muy publicitadas sobre todo en el internet de las redes sociales, los autores de libros gozan de una doble posibilidad: de una parte, ser aceptados por las editoriales españolas tradicionales y de la otra, en caso de ser rechazados, negociar la publicación de su obra en las también españolas editoriales de autoedición —insistimos en el término «españolas» por ser aquí donde este fenómeno editorial se ha dado con mayor profusión— y distribuir la obra entre sus allegados; es notoria la falta de distribución de las editoriales dedicadas a la autopublicación. Leer más.
El papel de las editoriales españolas, a nuestro juicio, debe ser diferenciar las publicaciones menores, aquellas que no han alcanzado el grado creativo de madurez y maestría suficiente, de las que responden a criterios de calidad editorial superiores. Ambas, editoriales tradicionales y editoriales de autoedición, tienen su razón de ser en un mercado tan convulso, si bien la cuestión de grado ha de tenerse en cuenta, siendo las editoriales de autoedición seguramente, un primer paso en el que comenzar en este mundo editorial tan complejo.
Las editoriales de autopublicación cumplen una misión y deben tener su propio nicho de mercado. Cuando solo se necesitan unos cuantos ejemplares para cubrir la demanda, ponemos por caso, se puede recurrir a esta fórmula para atender a los requerimientos circunstanciales. Por poner un ejemplo, es el caso de un profesor que desea surtir a sus alumnos de ejemplares de un manual cuyo destino se consuma en este entorno didáctico. Lógicamente no serviría aquí el sistema de las editoriales tradicionales y sus grandes tiradas. También resulta lógico en el caso de aquellos que pretendan dejar un legado familiar en forma de crónica que pretenda trascender en el tiempo: memorias, hechos concretos, homenajes a personas del entorno; son estas obras menores a las que debe ir destinada la autoedición de libros que tiene lugar en las editoriales de esta clase de obra.
Sin embargo, pretender publicar obras mayores en editoriales distintas de las tradicionales resulta pretencioso. «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» se hace más aconsejable que nunca. Por supuesto, siempre hemos de dejar la puerta abierta a nuevos valores literarios que vengan a sustituir a los ya agostado escritores de esta época; savia nueva de reemplazo que permita la continuidad. Pero esta nueva generación de escritores no debe ir buscando atajos que no llevan a ninguna parte si no labrarse una reputación literaria agradable a las editoriales tradicionales, que no teman el rigor de una publicación incierta y riesgosa.